
Con el final del tercer año llegaba también la gran responsabilidad de selecionar -con mano propia- el futuro profesional de cada uno de los educandos. Llegaba el momento de llenar los formularios del famoso "pase automático" de la educación media superior a la educación superior.
Debo decir que un adolescente no es realmente maduro para seleccionar objetivamente lo que le deparará la vida profesional durante los siguientes 30-40 años de su vida. Eso es demasiada responsabilidad para el estudiante promedio y prácticamente imposible para los estudiantes de bajo promedio.

Con el lápiz en mano, rellené cuidadosamente y sin salirme, el pequeño círculo que decidiría mi futuro profesional.
Ese día llegue a casa muy contento a contar a mi familia lo que había decidido en el último momento. En realidad no recuerdo que respuestas me dieron pero seguramente no fueron buenas al grado de tenerlas en una laguna mental y no recordarlas.
Llegó el momento de ir a la Universidad, mi destino era la FES Cuautitlán, a 45 kilómetros de distancia de mi casa. Un horario de 7 a 14 y las materias seriadas de la carrera de contaduría me esperaban ansiosas e implacables.

En el segundo semestre la situación se complicaba exponencialmente, no podía cursar la segunda ronda de las reprobadas del primer semestre. Y así llego el tercero y el cuarto semestre también.
Y fue precisamente al final de ese revelador cuarto semestre cuando dije basta. Mi horario del siguiente curso tenía solo 2 materias de las 8 que debía llevar con más de 20 materias arrastrando, pero curiosamente eran las sociales y las de humanidades las que seguían con calificación de MB.
No podía -aunque debía- llegar a casa y decirles que había fracasado. Me avergonzé a mi mismo, tenía miedo. Mi vida había llegado a un punto de no regreso pero no tuve el valor de enfrentar al mundo con esta auto debacle que estaba viviendo. Mi mente se obnubiló y no supe enfrentar la situación, al contrario, la oculté.

Mi vida se encontraba en un bache y no sabía para donde moverme. De pronto entre la subjetividad de la vergûenza y el temor al ridículo llegó a mis neuronas la idea de intentar hacer de este golpe familiar algo más sutil.
Y eso ya se los he contado. Decidí ser torero.