En el CCH lo pase de lo mejor. Fue uno de mis mejores tiempos. Me la vivía gozando la vida social que un alumno "popular" puede tener; entre mis amigos y yo lograbamos grandes hazañas típicas del estudiantado cecehachero como gigantescas fiestas, novias guapas, amistad con profesores "barco", memorables "pedas" y demás logros que durante el tercer año fueron de lo mejor para nosotros.
Con el final del tercer año llegaba también la gran responsabilidad de selecionar -con mano propia- el futuro profesional de cada uno de los educandos. Llegaba el momento de llenar los formularios del famoso "pase automático" de la educación media superior a la educación superior.
Debo decir que un adolescente no es realmente maduro para seleccionar objetivamente lo que le deparará la vida profesional durante los siguientes 30-40 años de su vida. Eso es demasiada responsabilidad para el estudiante promedio y prácticamente imposible para los estudiantes de bajo promedio.
Siendo yo un alumno promedio con calificaciones regulares también me llegó el momento. Cuando estaba sentado con aquellas inmensas hojas de color blanco con tinta naranja y un lápiz del numero 2 1/2, estaba decidiendo en 5 minutos mi futuro profesional. Nunca antes me había puesto a pensar -seriamente- que es lo que yo debería ser profesionalmente. ¡Abogado! sí, esos ganan mucho dinero con tranzas y todo, pero es demasiado estudio, hay leer mucho y me caga leer cosas que no me interesan; pensaba yo en ese momento sobre los pros y los contras de la abogacía. ¡Biólogo! si, así podré andar en el campo abierto buscando bichos sin estresarme en las oficinas, pero nunca he escuchado de un biólogo rico, excepto Jacques Cousteau y él es biólogo marino por lo que tendría que irme a alguna universidad en algun pueblo pulgoso de la costa, mejor biólogo no. ¡¡Ahh ya se!! voy a ser Contador Público. Como contador podré tener trabajo donde sea, desde una tiendita de la esquina hasta alguna gran compañia transnacional, ¡si a huevo! voy a ser Contador.
Con el lápiz en mano, rellené cuidadosamente y sin salirme, el pequeño círculo que decidiría mi futuro profesional.
Ese día llegue a casa muy contento a contar a mi familia lo que había decidido en el último momento. En realidad no recuerdo que respuestas me dieron pero seguramente no fueron buenas al grado de tenerlas en una laguna mental y no recordarlas.
Llegó el momento de ir a la Universidad, mi destino era la FES Cuautitlán, a 45 kilómetros de distancia de mi casa. Un horario de 7 a 14 y las materias seriadas de la carrera de contaduría me esperaban ansiosas e implacables.
Durante el primer semestre la situación fue buena, muchas materias en tronco comùn con Administración de Empresas estaban incluídas, entre ellas algunas de humanidades que yo disfrutaba mucho, pero las propias de la carrera como matemáticas financieras y la misma contabilidad con sus respectivos talleres empezaron a ser un dolor de cabeza para mi. Las reprobé.
En el segundo semestre la situación se complicaba exponencialmente, no podía cursar la segunda ronda de las reprobadas del primer semestre. Y así llego el tercero y el cuarto semestre también.
Y fue precisamente al final de ese revelador cuarto semestre cuando dije basta. Mi horario del siguiente curso tenía solo 2 materias de las 8 que debía llevar con más de 20 materias arrastrando, pero curiosamente eran las sociales y las de humanidades las que seguían con calificación de MB.
No podía -aunque debía- llegar a casa y decirles que había fracasado. Me avergonzé a mi mismo, tenía miedo. Mi vida había llegado a un punto de no regreso pero no tuve el valor de enfrentar al mundo con esta auto debacle que estaba viviendo. Mi mente se obnubiló y no supe enfrentar la situación, al contrario, la oculté.
Mi vida se encontraba en un bache y no sabía para donde moverme. De pronto entre la subjetividad de la vergûenza y el temor al ridículo llegó a mis neuronas la idea de intentar hacer de este golpe familiar algo más sutil.
Y eso ya se los he contado. Decidí ser torero.
Con el final del tercer año llegaba también la gran responsabilidad de selecionar -con mano propia- el futuro profesional de cada uno de los educandos. Llegaba el momento de llenar los formularios del famoso "pase automático" de la educación media superior a la educación superior.
Debo decir que un adolescente no es realmente maduro para seleccionar objetivamente lo que le deparará la vida profesional durante los siguientes 30-40 años de su vida. Eso es demasiada responsabilidad para el estudiante promedio y prácticamente imposible para los estudiantes de bajo promedio.
Siendo yo un alumno promedio con calificaciones regulares también me llegó el momento. Cuando estaba sentado con aquellas inmensas hojas de color blanco con tinta naranja y un lápiz del numero 2 1/2, estaba decidiendo en 5 minutos mi futuro profesional. Nunca antes me había puesto a pensar -seriamente- que es lo que yo debería ser profesionalmente. ¡Abogado! sí, esos ganan mucho dinero con tranzas y todo, pero es demasiado estudio, hay leer mucho y me caga leer cosas que no me interesan; pensaba yo en ese momento sobre los pros y los contras de la abogacía. ¡Biólogo! si, así podré andar en el campo abierto buscando bichos sin estresarme en las oficinas, pero nunca he escuchado de un biólogo rico, excepto Jacques Cousteau y él es biólogo marino por lo que tendría que irme a alguna universidad en algun pueblo pulgoso de la costa, mejor biólogo no. ¡¡Ahh ya se!! voy a ser Contador Público. Como contador podré tener trabajo donde sea, desde una tiendita de la esquina hasta alguna gran compañia transnacional, ¡si a huevo! voy a ser Contador.
Con el lápiz en mano, rellené cuidadosamente y sin salirme, el pequeño círculo que decidiría mi futuro profesional.
Ese día llegue a casa muy contento a contar a mi familia lo que había decidido en el último momento. En realidad no recuerdo que respuestas me dieron pero seguramente no fueron buenas al grado de tenerlas en una laguna mental y no recordarlas.
Llegó el momento de ir a la Universidad, mi destino era la FES Cuautitlán, a 45 kilómetros de distancia de mi casa. Un horario de 7 a 14 y las materias seriadas de la carrera de contaduría me esperaban ansiosas e implacables.
Durante el primer semestre la situación fue buena, muchas materias en tronco comùn con Administración de Empresas estaban incluídas, entre ellas algunas de humanidades que yo disfrutaba mucho, pero las propias de la carrera como matemáticas financieras y la misma contabilidad con sus respectivos talleres empezaron a ser un dolor de cabeza para mi. Las reprobé.
En el segundo semestre la situación se complicaba exponencialmente, no podía cursar la segunda ronda de las reprobadas del primer semestre. Y así llego el tercero y el cuarto semestre también.
Y fue precisamente al final de ese revelador cuarto semestre cuando dije basta. Mi horario del siguiente curso tenía solo 2 materias de las 8 que debía llevar con más de 20 materias arrastrando, pero curiosamente eran las sociales y las de humanidades las que seguían con calificación de MB.
No podía -aunque debía- llegar a casa y decirles que había fracasado. Me avergonzé a mi mismo, tenía miedo. Mi vida había llegado a un punto de no regreso pero no tuve el valor de enfrentar al mundo con esta auto debacle que estaba viviendo. Mi mente se obnubiló y no supe enfrentar la situación, al contrario, la oculté.
Mi vida se encontraba en un bache y no sabía para donde moverme. De pronto entre la subjetividad de la vergûenza y el temor al ridículo llegó a mis neuronas la idea de intentar hacer de este golpe familiar algo más sutil.
Y eso ya se los he contado. Decidí ser torero.