Esta rutina pudo haber sido ayer, lo mismo hoy y seguramente también mañana.
Me despierto con el ringtone que he seleccionado como alarma de mi telefono celular. Suena una vez, otra más y cuando abro los ojos para apagarlo recuerdo que tengo que pagar la mensualidad de mi plan de telefonía. !Demonios! acabo de despertar y las deudas ya me estan llamando.
Me levanto y voy al baño, abro la llave de la regadera para comenzar fresco este día. El agua corre helada; espero un poco más, sigue saliendo muy fría, aguardo un instante más y el agua tibia no llega. Cierro la llave y camino a la terraza a revisar el calentador. Esta apagado, no hay flama. Enrollo una servilleta de papel, abro la llave de una de las parrillas de la estufa, hay chispa pero no se enciende. No hay gas. No olvide comprarlo, no, solo pospuse la compra. Por segunda vez en el dia en menos de 30 minutos maldigo porque no tengo dinero.
Decido abrir la pesada puerta del armario y sacar un traje.En la penumbra de la madrugada no decido entre el gris oxford y el negro con rayas. Enciendo la luz y los observo bien, el gris esta muy arrugado, el negro tambien. Saco la plancha y al conectarla, el jalón de luz rebaja la intensidad de la luminosidad por la mitad. Plancho rapido el gris, porque se le notan menos las arrugas que al negro. Lo mismo me pasa con la camisa y con la corbata Scappini (que no Scappino). Lo bueno es que los calcetines no se planchan.
Ya estoy listo; perfumado porque detesto el agua fría. Necesito un café para que mi entusiasta amiga la cafeína me ayude con las actividades matutinas. Agua fría en una ollita casi llena voy a la estufa y recuerdo que no hay gas, !demonios! (otra vez) ni hablar será leche fría.
Salgo de la casa, abro la cochera y enciendo el auto. Medio tanque de gasolina. Si alcanza para ir a los corporativos de Santa Fe a volantear entre ellos mi curriculum. Me voy a llevar algunos de mis últimos vales-restaurante para ir al centro comercial a almorzar a alguna fonda ejecutiva cuando haya terminado el vía crucis de hoy, solo para codearme entre los que posiblemente después sean mis colegas de trabajo. Mejor los guardo y me regreso a almorzar en casa, al menos acá tengo toneladas de latas de atún y sopas instantáneas.
En la entrada del estacionamiento del primer corporativo:
-Buenos días joven, ¿a donde va?
-A la oficina de Recursos Humanos
-¿Con quién va?
-Con el gerente de RH.
-!ahh! va a dejar su curriculum
-si
-tome un boleto, estacionese en alguno de esos cajones y pase a recepción ahí le van a dar un sobre amarillo, meta sus hojas y marque el sobre. La recepcionista los entrega con la asistente de RH.
-ok.
Tomo el boleto, me estaciono en los cajones indicados y camino a recepción. La señorita, creo que es guapa, no lo sé realmente porque no me miró a los ojos, solo me observó de lejos, sacó el sobre y lo dejó en el escritorio diciendo que pusiera mi nombre en él junto con un número de contacto y mi último grado de estudios.
Lo hago. Se lo entrego y nuevamente sin verme lo toma y lo coloca junto con otros cuatro o cnco sobres idénticos. Saco el boleto de estacionamiento y le pregunto si lo sella, finalmente voltea, me observa y con una diabólica sonrisa y voz de sirena me dice que el estacionamiento es independiente y hay que pagar la salida. Y si, sí es muy guapa.
Regreso al auto, salgo y lo entrego. 25 pesos por no más de 5 minutos.
(Edificio conocido como "La Lavadora". Parte de los Corporativos en Santa Fe. Mexico City)
Lo mismo sucede en los demás corporativos. No voy a todos los que tenía planeado porque se me acabó el dinero en estacionamientos. Mañana mejor guardaré el auto en el estacionamiento de la Plaza Comercial y caminaré, aunque regrese a la casa con los pies hinchados. Me guardo los ultimos $20 porque tengo sed y quiero comprar agua.
Me siento miserable aunque al traje no se le noten las arrugas y pienso que debo estar pagando algún pecado o que se me está preparando el camino para ir al infierno. Cada quien tiene sus propios demonios y vive su propio infierno personal, el mío es mi desempleo, las deudas y la desastroza falta de dinero.
Voy en el auto y pienso que llegaré a casa, me pondré un pants deportivo, veré la televisión por cable, comeré atún, andaré en internet en la cacería de un empleo de caché y despúes navegaré como náufrago en la red.
No compre agua. Casi llego a casa y en el penúltimo semáforo, en emboscada, se acerca un niño con su propia botella de agua jabonosa con la que empapa el parabrisas. Se sube al cofre apoyándose en la llanta delantera izquierda y limpia animosa pero mecánicamente la mugre del cristal; termina dejando rayas opacas a lo largo del vidrio y se acerca a mi estirando su mano. No traigo monedas y tengo que sacar el billete de $20. No le pediré cambio. Se lo entrego completo. Y me dice -muchas gracias, a ver cuando vuelve a pasar-
La luz verde se enciende en el semáforo, avanzo y todavía no dejo de pensar en esos 20 pesos.
Amo mi propio infierno y mis propios demonios... no los cambio.
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