lunes, septiembre 01, 2008

Palabras (parte 2 de 2)

La primera parte de este post pueden encontrarla aquí.
Como no hay fecha que no llegue ni plazo que no se cumpla, finalmente llegó el momento de volver a bucear. Estaba sentado en la borda de una de las pangas navegando plácidamente en las temperamentales pero siempre nobles aguas del Golfo de México. El sol abrasador como siempre y el cielo inmaculado de nubes en una absoluta definición de color “azul cielo” hacían válidos los pronósticos que habíamos estado escuchando desde dos semanas atrás.

Vistiendo mi traje completo de neopreno color negro con verde fosforescente, con un cuchillo “de buzo” atado en mi pantorrilla derecha, una computadora en mi muñeca izquierda, aletas, visor panorámico, chaleco flotador y con el pesado tanque ya cargado en mi espalda me disponía a hacer mi entrada para un nuevo buceo en aquellas aguas que yo ya conocía como la palma de mi mano. Después de más de un millar de inmersiones en el Golfo de México nada parecía diferente, todo estaba acomodado en su complejo lugar, pero este buceo sería diferente a todos los demás: por primera vez en la vida, llevaría puestos mis lentes de contacto.

Un minuto después de meter la cabeza en el agua y serenarme un poco, comencé el buceo. Por primera ocasión en mi existencia veía –literalmente- en su máximo esplendor las maravillas submarinas, la frase “hasta donde tu vista llegue” cobró sentido para mi. Descubrí un nuevo mundo tan distinto al anterior como lo liso y lo áspero. Finalmente no solo veía el color de los peces como un todo en su cuerpo, sino que alcanzaba a ver el color de las escamas, ¡caray les veía las escamas!.
El destino me tenía preparada una sorpresa para esa especifica inmersión.

A lo largo de mi vida de buceo siempre quise ver y tener en mis manos los caballitos de mar y nunca, en más de 2000 buceos, los había encontrado. Pero siempre estuvieron ahí esperando por mi. Son tan pequeños y se mimetizan tan bien con su entorno que sin lentes de contacto no los veía, mi visión no alcanzaba a distinguirlos de entre la vorágine visual que resulta ser el fondo coralino y que ahora con lentes podía conocer a plenitud.

Eran cinco hipocampos de color amarillo, los encontré debajo de una majestuosa acropora -un tipo de coral en forma de cuerno de venado-, extendí y acerqué mi mano sin intención de agarrarlos, solo fue por el inmenso gusto de estar cerca de ellos y los cinco, casi al mismo momento, enredaron sus colitas en cada uno de mis dedos. Una fotografía mía con ellos en ese momento hubiera sido dignísima para portada de cualquier ejemplar del National Geographic. Al verlos en mi mano un choque emocional me envolvió con tal magnitud que comencé a llorar.
Más buceos vinieron en ese fin de semana y en cada uno detallaba visualmente los que yo burdamente ya había visto sin lentes de contacto. Esas visiones de enormes cardúmenes de tiburones martillo, tortugas carey, una mantarraya y en general la abrumadora variedad de colores y texturas del fondo coralino del estado de Veracruz hicieron de aquellas inmersiones unas experiencias inolvidable Fue tan impactante reencontrarme con el mundo subacuático que decidí reiniciar desde cero mi bitácora de inmersiones después de aquel primer buceo con “ojos nuevos”.

Una vez más al regresar a casa intenté contarle estas experiencias a la gente que me rodeaba y los resultados fueron similares a los de la vez anterior, no había interés más allá que el escuchar el relato de un conocido que buceó. Pero el problema otra vez no eran ellos y no porque no entendieran o no se interesaran realmente por lo que les contaba, sino que era yo porque no supe contarles bien, no pude hacerles sentir la emoción que había experimentado y me sentí muy mal por no poder transmitir y hacer extensivos mis sentimientos y emociones.

Fue entonces que decidí buscar las palabras exactas para hacer latir el corazón de los demás tanto como latía el mío. Ese día decidí nunca dejar de aprender. Debía estar en constante aprendizaje para que, llegado el momento, pudiera tener las palabras exactas en el momento justo de expresar cualquier cosa desde el corazón, las vísceras o la razón.
El paso del tiempo -y las circunstancias de la vida- me darían la oportunidad finalmente de enfocar mi deseo: Sería Comunicólogo.

8 comentarios:

el7palabras dijo...

Ándele, ándele... yo llegué a este espacio atraído por el morbo de las anécdotas.
¿Ve usted que es un grna ejercicio ese de la memoria? celebro su "regreso". De repente entre el todómetro, el sesoli, la webcroleada y las hilachas, esto se había desviado un poquillo de su idea primigenia.

Y como me dijo un carnal en un comentario en el chiquero:¡Más anécdotas! ¡más!

Saludos Lic.

Rosy dijo...

Lic. Carpilago
naciste con ese don de comunicar y enseñar a los demas a comunicarnos
que suerte , es un don tan maravilloso ...

por favor siguele ... brindanos tu talento y empapanos de esa forma extraordiaria de contar tu mundo lleno de anecdotas y vivencias que nos hacen extremecer y como dicen por ahi ¡recordar es volver a vivir ¡

te amo

Alvit@ dijo...

Que bonito es darse cuenta de lo que nacimos para hacer y sobre todo después de algo como eso...

Esperamos mas anécdotas y vivencias...

Un abrazo para ud. y su esposa...

CállateTú dijo...

Chales... Eso me recuerda a una historia... ¡La mía!

LicCARPILAGO dijo...

7palabrejas: anda sacadon de onda, pero ya entrados en gastos... pues ... vienen mas memorias!!!

LicCARPILAGO dijo...

Rosy, amor: gracias por esa admiracion incondicional, yo tambien te amo.

LicCARPILAGO dijo...

Alv@: gracias por leerme... y si: vienen mas anecdotas.

LicCARPILAGO dijo...

Callatetú: comartenos esa historia!!!!