Pregúntome ¿dónde están mis recuerdos, mis pensamientos, mis ideas?
¿Dónde?
Enero terminó entre bombos, platillos y serpentinas de unión y solidaridad ante el embate negativo de la macro/micro economía y aún peor, Febrero avanza con el caminar inmisericorde del tiempo y yo sigo aquí sentado frente a la computadora que supuestamente me permitiría trasmitirles con el tap, tap, tap del teclado aquello que se aloja en el interior de mi cráneo, pero por alguna razón que aún desconozco, sigo sin localizar en mis neuronas aquello que me hace escribir con pasión.
Me entristece no tener la inspiración para poder teclear de forma sabrosa y me pone peor que escasamente tengo ánimo para leer esas 645 páginas que con tanto afán busqué en librerías de abolengo, en las "de viejo" y hasta en rincones pulgosos.
Ando emo.
Podría escribir algo de poesía depresiva en cuartetos de 11 o 13 sílabas, o alguna prosa sin orden ni sentido para calmar estas ánsias de letras, pero sumirme en esos pensamientos me haría cavar y cavar haciendo este pozo aún mas profundo y en éste momento todavía alcanzo a ver la luz, allá lejos y fuera de mi alcance. Sé que si sigo escarbando bajo mis pies, la tierra se acabará en algún momento y entonces, solo entonces, tendré un renacer que removerá todo aquello que se encuentra enmohecido y oxidado entre los engranajes de mi mente.
La esperanza de esa resurrección me mantiene con los ojos abiertos aunque no vea nada, con los oídos aguzados aunque no escuche nada y con el tacto sensible aunque solo pueda sentir las paredes del estrecho catafalco donde estoy atrapado. La textura del silencio es fría, aunque absortamente tersa. El olor de la oscuridad es asfixiante, pero con sutil aroma. El color de las sensaciones es muy pálido, pero extrañamente hipnótico y la conjugación de todo ello es lo que me provoca para no salir, como una morbosa violencia gentílmente pacífica.
Y aquí estoy, gregario, pero inmensamente solo.