sábado, septiembre 19, 2009

Filo de piedra

¿Dónde esta esa maldita piedra? me pregunto mientras revuelvo entre las cucharas, cuchillos y tenedores que están guardados en un cajón de la cocina; no la encuentro y una sensación de ansiedad empieza a rodearme aun más.

Toda la vida he sentido fascinación por los cuchillos bien afilados al grado de mostrar enojo en restaurantes y cocinas cuando al comer algún buen corte de carne recibo un cuchillo romo o mal afilado llenando de improperios hasta el mismísimo chef en turno por no cuidar la correcta culminación de sus obras culinarias.

Esa fascinación me llevó siempre a buscar la mejor forma de mantener mis cuchillos en òptimas condiciones según su aplicación, por ejemplo los cebolleros, los fileteros de carne, los de pescado, los de barras de pan y un largo etc., incluyendo por supuesto un machete que tengo, así como una bayoneta de 3 filos rusa usada en la batalla de Stalingrado en 1942. Busqué en tiendas de artículos extranjeros los mejores implementos para templar y afilar; encontraba mil artilugios y casi siempre los desechaba por no ser lo suficientemente efectivos en el cumplimiento de su misión. Después de tanto dinero tirado a la basura descubrí que no hay nada mejor que la siempre noble "piedra de afilar". Tengo varias con grano de diferentes grados, desde el desbaste para el machete, hasta el del temple de los fileteros y la bayoneta.

Afilar siempre me ha relajado, pero hoy no, hoy deseo hacerlo para no fallar mi objetivo.

Esta sensación no se va y la piedra, que no logro encontrar, juntan las emociones provocándome un estres enloquecedor. Saco completamente el cajón y lo volteo dejando caer todo su contenido en el piso de la cocina. !Demonios¡ la piedra no esta aquí. Debo encontrarla porque si no me va a doler más.

Dicen que si no esta bien afilado, siempre duele, en cambio si esta bien afilado al prinicipio ni se siente aunque algunos han dicho que solo arde un poco. No importa como sea aunque en realidad prefiero que solo arda un poco en lugar de que me duela porque eso podría hacer que me arrepienta.

Ya no aguanto nada más, este mundo me plantea dificultades insorteables que me han orillado a tomar esta decisión. ¿Decisión u opción? no se ¡y me vale madre! ahora recuerdo la palabras de mi mejor amigo que me decía "todo tiene solución, amigo, menos la muerte" pobre diablo iluso, como si él o su suegro millonario supiera por lo que estoy pasando.

¡Ya sé donde debe estar! en la caja de herramientas, si ¡a huevo! ahí debe estar la puta piedra. Abro el cajón de hasta abajo de la alacena del garage y encuentro la caja. La tapa translúcida revela la silueta de la piedra. La abro y la deseperación provoca que rompa el seguro plástico de la tapa, pero pues no me importa porque ya ni la voy a necesitar.

Saco la piedra y la llevo conmigo de nuevo a la cocina. Ella siempre me ha sido fiel, siempre me ha llenado de satisfacciones e incluso, a veces, de ciertos placeres escondidos en la parte mas profunda de mi cerebro, nunca me ha fallado y siempre ha sido muy cumplidora conmigo. Tantos cuchillos propios y ajenos hemos podido disfrutar en conjunto cuando, despues de haberlos trabajado en una especie de danza macabra, los probamos en una hoja de papel, en la delicada pero precisa piel de algún jitomate o de plano sobre las carnes cocidas de algún steak argentino que son separadas por la finura de ese filo tan esperado... y eso es precisamente lo que yo espero para mis carnes.

En la cocina encuentro todos los cuchillos tirados y regados por el piso de azulejos blanquiazules y me lamento haberlos tratado tan mal, ¡vaya!, ni a una prostituta se le trata como yo los he tratado hoy. Perdónenme por favor, perdónenme, se los digo de verdad con este corazón que ojalá deje de latir lo más pronto posible.

Ojalá no llegue nadie, no quiero pasar por las estupideces propias de los psicólogos haciéndome preguntas que solo tienen sentido para ellos en sus pinches cuadernitios de apuntes y sobre todo no quiero entrar a cirugía para la reconstrucción y días despúes volver a ir al hospital a que me quiten los puntos y todo ese desmadrito... neta que si al rato llega alguien, mejor a la otra me olvido de los cuchillos y me aviento del bonggie -sin liga- desde la azotea de mi edificio.

¿Le llamaré a ella para despedirme? ¡si seré pendejo!, mejor no le llamo, a ver si su nuevo noviecito la consuela cuando le den la noticia, eso va a estar mejor. Después de ponerme los cuernos por varios meses y negarme su cueprecito, salirme con la batida de babas de un embarazo, ¡pues si no soy la divina providencia!, pero que tal estiraba la manita para pedirme sus cositas y yo de pendejote. En fin, ojalá la muy méndiga aborte por la impresión cuando le digan.

A ver, ¿quién de todos ustedes va a ser el afortunado de probar mis carnes? pienso mientras miro todos los cubiertos en el piso de la cocina, no hay duda, el filetero de pescado es quien siempre se ha llevado las palmas por su precisión, delicadeza y finura de cortes. Lo tomo del piso y me lo llevo junto a la piedra rumbo a la terraza para prepararlo en el útimo trabajo que tendrá conmigo.

Acabo de acordarme que todo este asunto debe ser en la tina, si, en la tina para no hacer regadero y cochinero, así nada más van a quitar el tapón y toda la porquería -mi porquería- se irá al caño, como si en realidad me importara toda la podredumbre que dejaré atrás. Regreso por el camino andado y voy al baño, abro la regadera y también las llaves de la tina, espero la llegada del agua caliente y nunca sale, me acuerdo que no he tenido dinero para comprar el gas -ni nada más- desde hace 4 meses y solo sale agua fría. A ver si San Pedro no me pide una moneda para abrir las puertas del Cielo como lo hacía el barquero Caronte para cruzar el río Estigia, de lo contrario ya valió madre de nuevo y al meritito infierno llegaré por jodido.

De regreso en la terraza comienzo mi placentera faena, coloco la piedra sobre mis piernas y comienzo el ir y venir del cuchillo sintiendo cada centímetro que roza por la granulada superficie, me recuerda el sexo que tenía con ella en nuestros mejores momentos, pero solo es una ilusión, aquí no hay orgasmo aunque en realidad no se si mi piedra tenga un orgasmo en algún momento con las idas y venidas constantes del cuchillo. Mis manos se tensan deliciosamente con cada pasada del metal sobre la piedra, mis brazos comienzan a entrar en calor cada vez que la piedra desbasta la orilla brillosa del cuchillo filetero.

Mi cerebro se concentra exclusivamente en la rebaba de metal que brota del cuchillo; esa rebaba se mezcla con los granulos de piedra que ceden ante los embates del metal en un delicado balance de fuerzas que me da el ánimo suficiente para volver a pasarlo por toda su superficie.

Miro cariñosamente el resultado final de mi obra. Un filo perfecto y perverso que con destellos de luz me da señales de una vida aunque este a punto de arrebatar otra. No puedo detenerme, pero este cuchillo ya esta satisfecho, pero yo no, yo quiero más. Regreso de prisa a la cocina y tomo otros tantos cuchillos como pueda con las manos. Vuelvo a sentarme en la terraza y continúo haciéndolos felices en esa comunión de debilitamiento que va logrando la perfección de los filos en todos y cada uno de los cuchillos.

Cuando estoy con el último cuchillo me doy cuenta de que soy feliz haciéndolo, no puedo privarme de este placer, ¡que estupidez pensar en cortarme las venas!, recuerdo la regadera abierta y corro al baño para cerrar las llaves. Titubeo por un momento, pero el frío del agua en la tina me hace reaccionar, veo en el fondo el tapón cumpliendo cabalmente con su labor y mejor lo quito dejándolo descansar y dejo que se vaya esa agua transparente y cristalina, es mejor así porque con la turbidez que le daría la sangre nadie se hubiera fijado en lo bien que ese tapón estaba haciendo su trabajo.

Vuelvo a la cocina, coloco el cajón en su lugar y acomodo ordenadamente los instrumentos en su interior colocando los cuchillos en el lugar de honor, siempre a la derecha. La piedra la dejo guardada en su estuche de piel y la pongo en la alacena, donde siempre debió estar. Le doy las gracias por darme esta especie de resurrección.

Tomo el teléfono y le llamo a mi mejor amigo, cuando contesta le digo: -oye wey, ando muy mal, ¿me puedes prestar dinero para ir saliendo del hoyo?- y sus palabras de respuesta hacen renovar a la vida misma: -si cabrón, lo que necesites, al fin que a mi suegro le sobra, no te lo voy a cobrar ni nada, no te preocupes. Vamos a vernos hoy, para comer y dártelo hoy mismo, yo invito.-

5 comentarios:

la MaLquEridA dijo...

¡Jescucristo vencedor, aplaca tu ira y tu rigor!; me has dejado con la boca abierta.
Y es que he ido imaginando cada cosa que decías y he sentido el filo del cuchillo en mis muñecas,¡horror! me ha dolido hasta mañana.

Muy fuerte tu relato muy fuerte.


Espero estés bien.

la MaLquEridA dijo...

¡Ah! se me olvidaba decirte, NADIE merece quitarse la vida por nadie, así de sencillo.

Cuídate.

NTQVCA dijo...

La respuesta del amigo me alejó de cualquier comentario que tuviera acerca de los cuchillos, cha!

LicCARPILAGO dijo...

Malquerida: Coincido contigo, nadie merece quitarse la vida bajo ninguna circunstancia!!! pero sucede mas seguido de lo que imaginamos en circulos sociales cada vez mas cercanos.

gracias por pasar.

LicCARPILAGO dijo...

NTQVCA: A diferencia de los cuchillos, los amigos casi siempre son impredecibles.

Gracias por venir a este rincon!!