El final es frío, suave, silencioso y oscuro.
Así es estar en un ataúd, lo se muy bien y lo recuerdo perfectamente cuando pude observar que el joven que maquillaba mi cadaver vestía una chamarra gruesa mientras que su acompañante acomodaba mis manos cruzadas en mi pecho diciendo que el satén es liso pero frío. Satinado blanco era la cubierta de las paredes interiores de mi catafalco de exteriores azules plomo.
Pero aún estaba abierta la tapa, podía ver a todos los que se acercaban a susurrarme cosas cara a cara. Mi madre lloraba lo mismo que mi hermano y mi esposa; mas gente venía a verme con un hilillo líquido en alguna de sus mejillas, a otros no los recordé por mas que intenté hacerlo, jeje ¡que hipócritas!. Y como fondo escuchaba algunos canturreos religiosos, ¿se les habrá olvidado? o ¿no les importo lo que dije? se supone que la última voluntad de un muerto debería ser respetada, ¡vamos!, no pedí la paz mundial ni nada imposible, solo pedí que se abstuvieran de sus rezos vacios y tediosos que mas sirven para la tranquilidad espiritual de los vivos que de los muertos. Tampoco reconozco las voces, ojala pudiera hacerlo, para después venir a jalarles las patas mientras duermen.
Es extraño no reconocer las voces de gente conocida en estas circunstancias, son tan frívolas y ajenas que contrastan con la de los médicos y enfermeras que sin conocerme me regalaron instantes de dedicación y compasión. Ese Hipócrates fue un genio al ocurrírsele aquél juramento. El médico me decía que tuviera calma, no podía verle la cara, el tapabocas le cubría la mitad del rostro, pero sus ojos mostraban sinceridad y hasta empatía, igual que las enfermeras que me rodeaban como si yo fuera un rockstar, ponían las manos sobre mi pecho como queriendo acariciar los sentimientos y emociones que se me estaban vaciando por ese pequeño agujero.
El disparo en mi pecho solo me aturdió, ni se siente nada, solo hizo que se me doblaran las piernas momentos después de haber visto el destello. No se donde quedó el cuchillo que yo traía y que no me sirvió para nada, entre la distracción que tuve cuando caí al suelo y las imagenes de mi familia que llegaban a mi mente fugazmente ya no supe donde lo dejé. Eso de estrenarme en la delincuencia tan solo con un cuchillo no fue buena idea, mejor hubiera comprado por ahí una pistola; pero ¿de donde hubiera salido el dinero? jajaja pues si para eso salí a asaltar a alguien.
Dicen que la primera vez es la más difícil, pero no sabía que lo fuera tanto.
Hubiera escogido a la muchacha chaparrita de jeans en lugar del trajeado malencarado con el portafolios. Cuando crucé la mirada con la chaparrita supe que estaba tanto o mas jodida que yo, ella solo traía una medallita dorada colgando de su cuello y el trajeado traía un buen reloj, seguramente también traía un teléfono celular y con suerte algo de más valor vendría en el portafolio; quizá fue la adrenalina la que me hizo escoger mal, ¿o habrá sido mi desesperada avaricia?, ¿mi absoluta inexperiencia? tal vez mi desastroza situación económica.
En realidad creo que fué una mala mezcla de todas las sensaciones que en tropel chocaban unas contra otras y se desviaban en todas direcciones sin dejarme un solo espacio para la objetividad.
Así de subjetiva fue mi desición de hacerlo. Fué justamente cuando me llegó el correo del banco con los avisos de embargo en sobres que abrí sobre la mesa mientras me disponía a partir la última manzana roja del frutero que quedaba tan vacío como mis bolsillos.
Así es estar en un ataúd, lo se muy bien y lo recuerdo perfectamente cuando pude observar que el joven que maquillaba mi cadaver vestía una chamarra gruesa mientras que su acompañante acomodaba mis manos cruzadas en mi pecho diciendo que el satén es liso pero frío. Satinado blanco era la cubierta de las paredes interiores de mi catafalco de exteriores azules plomo.
Pero aún estaba abierta la tapa, podía ver a todos los que se acercaban a susurrarme cosas cara a cara. Mi madre lloraba lo mismo que mi hermano y mi esposa; mas gente venía a verme con un hilillo líquido en alguna de sus mejillas, a otros no los recordé por mas que intenté hacerlo, jeje ¡que hipócritas!. Y como fondo escuchaba algunos canturreos religiosos, ¿se les habrá olvidado? o ¿no les importo lo que dije? se supone que la última voluntad de un muerto debería ser respetada, ¡vamos!, no pedí la paz mundial ni nada imposible, solo pedí que se abstuvieran de sus rezos vacios y tediosos que mas sirven para la tranquilidad espiritual de los vivos que de los muertos. Tampoco reconozco las voces, ojala pudiera hacerlo, para después venir a jalarles las patas mientras duermen.
Es extraño no reconocer las voces de gente conocida en estas circunstancias, son tan frívolas y ajenas que contrastan con la de los médicos y enfermeras que sin conocerme me regalaron instantes de dedicación y compasión. Ese Hipócrates fue un genio al ocurrírsele aquél juramento. El médico me decía que tuviera calma, no podía verle la cara, el tapabocas le cubría la mitad del rostro, pero sus ojos mostraban sinceridad y hasta empatía, igual que las enfermeras que me rodeaban como si yo fuera un rockstar, ponían las manos sobre mi pecho como queriendo acariciar los sentimientos y emociones que se me estaban vaciando por ese pequeño agujero.
El disparo en mi pecho solo me aturdió, ni se siente nada, solo hizo que se me doblaran las piernas momentos después de haber visto el destello. No se donde quedó el cuchillo que yo traía y que no me sirvió para nada, entre la distracción que tuve cuando caí al suelo y las imagenes de mi familia que llegaban a mi mente fugazmente ya no supe donde lo dejé. Eso de estrenarme en la delincuencia tan solo con un cuchillo no fue buena idea, mejor hubiera comprado por ahí una pistola; pero ¿de donde hubiera salido el dinero? jajaja pues si para eso salí a asaltar a alguien.
Dicen que la primera vez es la más difícil, pero no sabía que lo fuera tanto.
Hubiera escogido a la muchacha chaparrita de jeans en lugar del trajeado malencarado con el portafolios. Cuando crucé la mirada con la chaparrita supe que estaba tanto o mas jodida que yo, ella solo traía una medallita dorada colgando de su cuello y el trajeado traía un buen reloj, seguramente también traía un teléfono celular y con suerte algo de más valor vendría en el portafolio; quizá fue la adrenalina la que me hizo escoger mal, ¿o habrá sido mi desesperada avaricia?, ¿mi absoluta inexperiencia? tal vez mi desastroza situación económica.
En realidad creo que fué una mala mezcla de todas las sensaciones que en tropel chocaban unas contra otras y se desviaban en todas direcciones sin dejarme un solo espacio para la objetividad.
Así de subjetiva fue mi desición de hacerlo. Fué justamente cuando me llegó el correo del banco con los avisos de embargo en sobres que abrí sobre la mesa mientras me disponía a partir la última manzana roja del frutero que quedaba tan vacío como mis bolsillos.
2 comentarios:
¡Caray,Lic! siempre me dejas pensando.
Ahora fué peor, porque me dejaste un nudo en la garganta. Y es que mira, tengo mi última voluntad ya dicha a mi familia y entre esas cosas que he pedido que se respeten, es que no lloren hipócritamente en mi ataúd. ¿Y cómo evitarlo?...fácil, no quiero que le avisen a nadie de mi muerte, hasta que ya esté incinerada.
Así de fácil, no tengo que oir lamentos que no se sienten.
Ora si, me dejaste pensando Lic.
Malque: desafortunadamente creo que ni cuenta nos vamos a dar si cumplen o no cumplen nuestra última voluntad!!!
ojalá se pudiera de verdad venir a jalarles las patas a los incumplidos e hipócritas!!!
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